UNA MADRE

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A veces acompaño al abuelo a realizar algunos de sus trámites. Durante muchos años hizo periodismo de investigación; pero, desde el accidente en que fallecieron mis padres, ya sólo escribe novela de ficción. Por alguna razón, el secretario del Procurador de Justicia del Estado le pidió que lo visitara pues quería consultarle un asunto y tuve que llevarlo al edificio de la Procuraduría. Mientras él se entrevistaba con el secretario, yo me quedé en un recibidor cerca del área de información y cerca también de la entrada hacia lo que llaman “los separos”.
Sin querer me fui enterando de lo que pasaba: Una señora lloraba mientras pedía información acerca de su hijo; el joven que la atendía se armaba de paciencia para decirle que ya le había dado toda la información que le podía proporcionar; la tribu que acompañaba a la mujer exigía que se les diera más información y que se respetaran, para empezar, todos los derechos de la señora. Ella dejaba de llorar solamente para agarrar aire y lanzarse a una nueva perorata en la que insistía en que su hijo no podía haber hecho lo que le adjudicaban pues había estado siempre junto a ella.
De lo que pude sacar en claro resulta que el muchacho, un joven de 20 años, había sido detenido en el momento en que asaltaban un camión que transportaba mercancía para un centro comercial; dos de los asaltantes habían muerto, pero el muchacho y otros dos estaban detenidos, y al menos uno ya había confesado el delito y quiénes habían participado en él. Sin embargo la señora juraba que el muchacho siempre estuvo con ella y que lo habían detenido por error o por mala voluntad; sólo se calló cuando el joven que la atendía le recordó que no era la primera vez que ella iba a interceder por su hijo.
Mi abuelo apareció a mi lado y empezamos a caminar justo cuando ella le contestaba al joven:
―Una madre hace lo que sea por su hijo: miente, roba, mata, se… ¿O usted qué opina? ―le dijo a mi abuelo justo en el momento que pasábamos junto a ella.
Mi abuelo se le quedó mirando a los ojos.
―Pues yo opino que ―le contestó― un hijo que de verdad merece que lo llamen así jamás haría algo que orillara a su madre a tener que mentir, mucho menos a hacer las otras cosas que usted ha mencionado.
Y siguió avanzando, indignado como pocas veces lo he visto.
Cuando íbamos de regreso, y después de un desacostumbrado silencio, me dijo desde el lugar del copiloto.
―¿Y ahora qué te hace estar tan pensativa, nieta consentida?
―En la escuela donde trabajo dieron de baja a un alumno porque robó el celular de uno de sus compañeros. Después de eso, la madre fue varias veces a exigir que se le diera al menos Carta de Buena Conducta para poder inscribirlo en otra escuela. Cuando le explicaron que debería permitir que su hijo asumiera las consecuencias de sus actos, dijo casi lo mismo que la señora de la Procuraduría: “Una madre hace lo que sea por su hijo: miente, roba, se…”
―¿Y?
―Y nada. Nos quedamos callados. A nadie se nos ocurrió decirle algo como lo que tú le dijiste a la señora… O no nos atrevimos.
Y callados hicimos el resto del camino.
José Avisay Méndez Vázquez
Director de la Compañía de Teatro del Colegio Argos