EL PRISIONERO (Cuento inspirado en un texto de Anthony de Mello)

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Lo apresaron a primeras horas de la madrugada. Entre las múltiples acusaciones por las que lo detenía destacaba incitación a la rebelión, calumnias y promover la violencia.

Nada más lejos de la realidad; lo que el escritor había hecho era expresar lo siguiente: Si el presidente quería realmente que el gobierno actuara con honestidad, entonces debería exigir a todos por igual y no tener concesiones con algunos de sus colaboradores más cercanos o sus familiares. Igual escribió que no consideraba que sus actos fueran por malevolencia, sino que tal vez eran sólo consecuencia de su ingenuidad.

Pero el presidente lo tomó como una afrenta personal: un ataque directo a su honradez e inteligencia.

El mismo día en que se conoció la detención, las muestras de apoyo al escritor fueron abrumadoras y las redes sociales ardieron en críticas contra el mandatario. Que los intelectuales más dispares y aun contrarios al escritor manifestaran su apoyo incondicional y rechazaran las medidas que el gobierno había tomado, comparándolas con medidas propias de un régimen dictatorial, hubiera sido más que suficiente para que el presidente reconsiderara la orden que él mismo había dado; pero terco y de pocas luces como era, no dio paso atrás.

El mismo día que se inició un plantón a las puertas de la prisión en que lo mantenían detenido, cayó como balde de agua fría el anuncio de que al escritor le habían concedido el Premio Princesa de Asturias por su obra literaria, lo que colocó el asunto de su detención en el foco de la atención internacional. Sólo por eso el presidente buscó solucionar el problema; eso sí, sin perder la buena imagen que pretendía tener ante los demás.

—Muy preocupado ha de estar el presidente como para que sea a usted a quien ahora mande para convencerme —dijo el escritor.

—Pensé que yo era el primero.

—Si alguien está informado de lo que pasa en este país es el Secretario de Gobernación. Nadie mejor que usted sabe que antes han venido tres y con el mismo mensaje que usted ha de traer: Nuestro magnánimo presidente, en un arranque de benevolencia como los que lo suelen caracterizar, ha tenido a bien ofrecerme la inmediata excarcelación, a pesar de mis ataques infundados y de propiciar una agresión a las instituciones defensoras del bienestar nacional, con la única condición de que yo haga una declaración pública en la que me desdiga de lo que opiné.

—¿Y cuál es su decisión?

—Usted sabe que mi detención es un acto arbitrario: una persona no puede ser juzgada por sus opiniones, y menos si sus opiniones están sustentadas en los hechos.

—Quiero ser claro por la admiración que le tengo. Independientemente de los hechos, el asunto es que si usted no hace lo que le pide, se le someterá a juicio y eventualmente se le condenará por los cargos que le imputan. Personalmente le aconsejo que ofrezca una disculpa pública porque  su libertad está en manos del presidente.

—¿Mi libertad está en manos del presidente?

—Así es —sostuvo el Secretario de Gobernación.

—Acérquese por favor —pidió el escritor, y lo condujo ante una pequeña ventana.

—¿Qué es lo que ve usted?

—Yo veo una ventana, con unos gruesos barrotes, que está en una celda con una puerta de metal que sólo puede ser abierta por fuera; una celda que, por cierto, se encuentra en un penal de máxima seguridad del cual usted es prisionero.

—Bueno, yo estoy parado frente a la misma ventana. Y lo que veo son las nubes que corren en el cielo y esos árboles de la colina iluminados por el sol de mediodía; escucho el canto de algunas aves y siento el aire que corre libre a pesar de los barrotes que usted ve. Por cierto, a veces hasta mis oídos llegan los gritos de personas que protestan a las puertas de esta prisión y dicen verdades más duras de nuestro gobernante que las que yo pude decir. Usted me solicita que pida una disculpa para lavarle la cara al presidente y yo lo único que puedo decirle es lo siguiente: Él no puede ofrecerme la libertad porque es algo que nunca ha podido ni podrá arrebatarme.

José Avisay Méndez Vázquez

Director de la Compañía de Teatro del Colegio Argos