EL HADA FOSFORESCENTE (Cuento)

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Gilda era posiblemente el hada más hermosa del bosque; sus hermanas la admiraban y la querían porque ella siempre las cuidaba y protegía.

Por eso resultó una sorpresa que, casi de un día para otro, el carácter de Gilda se agriara y la hermana adorable que había sido se convirtiera en un hada engreída, egoísta y grosera.

Con ese carácter, sus hermanas poco a poco se fueron alejando de ella, lo que la hizo convencerse de que no la querían y que todo cuanto hacían o dejaban de hacer era sólo con la finalidad de molestarla. Se decía a sí misma que no las necesitaba y que eran así porque le envidiaban por ser hermosa. Así que se dijo a sí misma que, para desquitarse, se haría más hermosa todavía.

Cuando atardeció, inició con su plan: se haría lucir tan brillante que obligaría a que todas sus hermanas siempre tuvieran que mirarla, aunque no quisieran. Así que, al entrar la noche, se dedicó a recolectar luciérnagas y, con el líquido que les daba brillo, se hizo unos laboriosos y hermosos tatuajes en su cuerpo. Para la media noche, el cuerpo de Gilda estaba adornado de un hermoso encaje luminoso y era toda ella un hada fosforescente.

Al día siguiente, con la luz del sol su cuerpo lucía como si no hubiera pasado nada. Y el día transcurrió como habían estado transcurriendo los días anteriores: Gilda se ofuscaba por la más mínima razón y todas las demás hadas buscaban la manera para mantenerse lo más alejadas de Gilda. Antes de que el sol se ocultara, Gilda se retiró a la flor que le servía de hogar y se encerró. Gozaba de antemano la noche en que se presentaría ante ellas y las deslumbraría con su cuerpo luminoso.

*****

Como se acercaba el Festival de Verano, la madre de todas las hadas les pidió que se organizaran por equipos para recolectar las flores nocturnas con que habrían de adornar el Encino Conmemorativo. Ellas se organizaron de manera rápida, pero a Gilda no la consideraron en ningún grupo.

―No te preocupes, madre. Lo haré yo sola. Y recolectaré tantas flores como el equipo que junte más.

Y tratando de ocultar su coraje, se retiró. Llevando ya en mente la idea de cómo se habría de vengar de sus malvadas hermanas.

Llegó la noche y todas las cuadrillas se dispersaron en el bosque buscando las flores más hermosas. Gilda, mientras tanto, se dirigió hasta la cueva que habitaba Oruz, una bestia espantosa que aterrorizaba a las hadas y se alimentaba de ellas. Lo vio salir de la cueva y, luminosa como era, lo atacó. Oruz la persiguió inmediatamente y Gilda, sabiendo el peligro en que las ponía, se dirigió hasta el lugar donde sabía que se encontrarían sus hermanas.

Cuando las hadas se percataron de la llegada del monstruo, corrieron a buscar los lugares más oscuros, pues sabían que en una noche cerrada como esa la única manera de sobrevivir era ocultarse en la oscuridad para que Oruz no las pudiera ver.

Todas lograron de alguna manera ocultarse, la única que no lograba hacerlo era Gilda, porque aunque se había internado hasta lo profundo de una oscura cañería su cuerpo era tan luminoso que no había manera de ocultarse.

El monstruo se acercó a ella. De sus espantosas fauces escurría una viscosa baba adelantándose al sabor que el hada tendría en su boca.

Y ese habría sido el final para Gilda, de no haber sido porque un enjambre de hadas cayó sobre el monstruo y lo jalaron de los pelos, lo mordieron, le picaron los ojos y casi le arrancan las orejas hasta que todo maltratado lo hicieron correr lejos del bosque.

Cuando quedaron a solas, Gilda, todavía tiritando del miedo, les preguntó:

―¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué se arriesgaron por mí?

―No creemos que todo lo que has hecho sea realmente porque eres malvada. Creemos que sólo estás confundida.

―Además ―dijo otra de las hadas―, tú eres nuestra hermana. Y aunque a veces te portes desagradable, nunca dejaremos de quererte.

A partir de entonces, Gilda volvió a ser la hermana amorosa que siempre había sido. Y también a partir de entonces se puso de moda entre las hadas hacerse unos hermosos tatuajes con la pintura de las luciérnagas. Es por eso que las podemos ver algunas noches; aunque los adultos, poco observadores como son, dirán que son simples insectos luminosos.

José Avisay Méndez Vázquez

Director de la Compañía de Teatro del Colegio Argos