LA ESTRELLA PERSONAL

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Nita era una manzana que, desde que era una pequeña semilla, sabía en su corazón que había nacido para ser feliz.

Consultando con la semilla más sabia del costal, supo que sólo sería feliz en el momento en que descubriera su estrella personal.

Así inició la búsqueda de Nita.

Cuando la plantaron, se dijo: “Ahora sí, voy a crecer en la tierra y seré un árbol gigantesco, y al levantar la mirada al cielo podré descubrir mi estrella personal y podré ser feliz”.

Para su desgracia, la plantaron en un inmenso huerto en el que Nita era la más pequeña de los árboles, y por más que se estiraba y levantaba la mirada al cielo siempre había un árbol más grande que le impedía mirar qué había más allá del mar de hojas en que se encontraba hundida.

“Triste de mí―se dijo―, jamás podré ver mi estrella personal y así nunca podré ser feliz.”

Una pequeña esperanza surgió en su corazón. “Tal vez, en el momento en que florezca pueda trepar hasta lo más alto del árbol; desde ahí podré buscar mi estrella personal en el inmenso cielo y así, por fin, ser feliz”.

Y sí, Nita floreció en lo más alto del árbol y contempló el cielo estrellado, pero nunca tuvo la certeza de que alguna de esas estrellas pudiera ser su estrella personal. “Yo lo habría sabido con sólo verla, pero ninguna estrella me llena el corazón”.

De flor se transformó en fruto y supo que el final de sus días se acercaba.

Nita llegó a casa de Pedro en una bolsa de mandado. Acercarse al final de sus días no le angustiaba; lo único que lamentaba es que por más que buscó su estrella personal no pudo encontrarla y por eso nunca fue feliz.

Pedro contempló la manzana, pidió permiso a su madre para comerla, la lavó con cuidado, la puso sobre la mesa de la cocina y la partió por la mitad.

―Mira, mamá.

 José Avisay Méndez Vázquez

Director de la Compañía de Teatro del Colegio Argos