DISTRAÍDA (Cuento)

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No llevaban ni quince días de haber reanudado las clases presenciales cuando la discusión inició durante la clase de Ciencias Naturales en el Tercero “B”. Un “no estoy de acuerdo porque eso fomenta el patriarcado” había servido para iniciar, no un debate, sino una amarga discusión que la final quedó reducida a dos posturas aparentemente irreconciliables: la de Claudia, una pecosita que se sentaba casi en la última fila, y la de la profesora.

Poco a poco la discusión fue derivando en una alegata en que el tema del patriarcado fue dejado de lado para centrarse en si Claudia debía aceptar las razones de la profesora por ser la autoridad o si Claudia debía ser escuchada porque era uno de sus derechos a pesar de que constantemente las preguntas que traía a colación estuvieran fuera del tema que estaban exponiendo en la clase.

―Pues entonces los temas que trata en clase no son los más adecuados y habría que estudiar lo que realmente nos interesa.

―Pues para eso hay un programa oficial y es a él al que tengo que atenerme.

―Igual y es usted quien no maneja bien el programa y por eso no alcanza a ver otros temas que se relacionan con lo que dice en clase.

―Pues he de decirte que en el manejo de los programas tengo una experiencia de treinta años y…

―Y pues tal vez eso sea el problema: su “experiencia” de treinta años en algo que ha cambiado mucho últimamente.

Esa fue la gota que derramó el vaso. Con la cara roja y con toda la amabilidad que pudo, le pidió que abandonara el salón de clases y se reportara con la encargada de disciplina para que le hicieran un reporte por falta de respeto. Cuando Claudia salió, la maestra seguía sin recuperar su color.

El asunto es que, al día siguiente, fueron los padres de Claudia quienes se quejaron del manejo que la profesora había dado al incidente y solicitaron hablar con la directora de la primaria, quien llamó a la docente para que expusiera sus razones frente a ellos y…

Y pues lejos de llegar a una solución, el problema se polarizo. La maestra argumentó que Claudia traía a cuento temas que ni al caso porque siempre estaba distraída y que, si de verdad les interesaba su hija, entonces ya desde hace tiempo deberían de haber atendido los reportes que les habían enviado por parte de ella y de otros profesores en los que se les solicitaba que buscaran atención para un problema que ellos diagnosticaban como Síndrome de Atención Dispersa.

Contrario a lo que la profesora y la directora supusieron, los padres de Claudia aceptaron que se hiciera el estudio para ver si Claudia tenía un problema de atención. Sólo pusieron dos condiciones: que el estudio lo hiciera un Psicólogo especializado ajeno a la institución y que el mismo estudio se le hiciera también a la profesora.

Cuando la profesora estuvo a punto de negarse, la directora se adelantó y dijo que le parecía lo justo.

*****

Tres días después de que la profesora había hecho las pruebas, regresó al consultorio del grupo de psicólogos que le habían atendido y examinado. Llena de confianza esperaba en el recibidor, hasta que la recepcionista le indicó que la acompañara.

Ella le siguió hasta el consultorio. El doctor le saludó amablemente, le indicó que tomará asiento y, tomando las hojas de los resultados, le dijo:

―A solicitud de los padres de Claudia y de la directora de su escuela, se acordó en realizar un estudio comparado tanto de la niña como de usted con la finalidad de detectar si existe algún problema de atención que limite la capacidad de la niña en la escuela. Se practicaron los mismos estudios tanto a la niña como a usted y sí, hemos detectado un leve problema de atención.

―¡Pero si se los dijimos varias veces! Este problema que surgió conmigo es uno más de los que ha tenido con otros profesores y siempre porque hace preguntas que ni al caso. Y sí es notorio que la niña tiene problemas de atención; sólo que sus padres no quieren verlo.

El doctor hizo una señal con la mano para interrumpir las palabras de la profesora.

―Yo no he dicho que sea la niña quien tiene un leve problema de atención. En quien detectamos ese problema fue en usted.

*****

El abuelo alcanzó el teléfono que sonaba en su buró. De reojo vio la hora que marcaba el reloj: las 3:15 am. Y escuchó una voz angustiada.

―¡Abuelo, tuve una pesadilla es-pan-to-sa!

José Avisay Méndez Vázquez

Director de la Compañía de Teatro del Colegio Argos